Taller indígena orientalizante.
Cerámica torneada y pintada.
Fines del siglo VI o principios del V a.C.
Altura, 17,76 cm.; ∅ boca, 14 cm.; ∅ base, 4,8 cm.
Museo Arqueológico de la Torre del Agua
Por adquisición, ingresó este recipiente cerámico en el Museo Arqueológico de la Torre del Agua, probablemente proveniente de un ambiente funerario local, que se cree localizado en la cercana población de Gilena, pese a que en un principio se situara en La Roda e, incluso, en Pedrera. Fruto de un hallazgo casual, provocado por tareas de explanación en algunas de las áreas de expansión urbana del vecino municipio, se dió a conocer en los años ochenta, a través de la bibliografía que se indica en las fuentes finales. Se trata del único vaso conocido hasta el momento con forma acampanada (chardón), que presenta este tipo de decoración pintada. Su configuración formal se caracteriza por una embocadura troncocónica invertida, que ocupa casi dos tercios del tamaño total del recipiente, superpuesto a un cuerpo de tendencia esférica que se apoya, sin solución de continuidad, en un asiento de arista con dos casquetes rehundidos y concéntricos en la base. Aunque existen otros recipientes que recuerdan esta forma, como las del Museo de Cabra (Córdoba), en ellas el cuerpo globular tiene mucho más desarrollo que en el caso de Osuna, por lo que el resultado no resulta tan estilizado como en la vasija sevillana.
Este tipo de vasijas surgen en el sur peninsular bajo el empuje de las influencias culturales que habían introducido los pueblos orientales, durante la primera mitad del último milenio a.C. (fenicios y griegos, directamente; junto a egipcios, etruscos y otros, indirectamente). Tales formas vasculares son reelaboraciones de productos importados, que acabaron manufacturándose en el país por los indígenas bajo demanda al gusto local, hasta transformar sustancialmente los modelos originales. En cuanto a las decoraciones pintadas que cubrieron sus paredes, siguen –en gran medida– las pautas iconográficas foráneas, pero trasladándose desde los soportes originales (bronces y marfiles) a las superficies cerámicas. Por su parte, el uso de una amplia paleta de colores para su ejecución (policromía), también es un recurso y técnica ajenas, aunque los indigenas complementaron la secular costumbre de las decoraciones geométricas con escenas figurativas que recogen motivos de carácter simbólico, costumbrista y religioso, en los que se acabaron mezclando elementos propios y extranjeros.
En último término, la decoración pintada ocupa dos bandas separadas en el cuello y en la zona globular, componiendo sendas áreas aisladas espacial y semánticamente. En el cuello se representan tres animales mitológicos alados (grifos), dos marchando a la izquierda y el otro en sentido contrario, enfrentado a uno de ellos. La escena inferior ofrece, de izquierda a derecha, un animal enfrentado a otro más corpulento. Un tipo de representación propia de felinos orientalizantes e ibéricos, en la que se reconoce claramente un león. Más a la derecha, bastante perdidos, hay restos de otros dos animales que se dirigen al final de la escena, junto con otros motivos más imprecisos.
Las relaciones iconográficas en el vaso son evidentes en el campo decorativo superior, donde los grifos son el tema predominante, como lo fueron en el periodo pleno orientalizante, aunque ahora con una técnica de ejecución más pobre, no sólo por el tamaño del soporte, sino también por la diferencia cronológica. Pero lo fundamental es la existencia de un tema figurativo venatorio en el campo inferior, que nunca se había relacionado en un mismo vaso con la escena precedente, pese a existir referentes cinegéticos en otros soportes como el marfil. Es una conjunción de lo imaginario y simbólico con lo natural, en la que el grifo identificaría la imagen del poder monárquico, como ocurría en todo Oriente Antiguo, antes de extenderse por todo el Mediterráneo. Ambas temáticas quedan conectadas con el mundo de la realeza, siendo la caza una práctica habitual de los grupos sociales que sustentaron a aquella.
Ahora bien, la representación de ambos motivos decorativos en un mismo soporte, da ya la impresión de que la antigua realeza oriental (grifos) está siendo desbancada por héroes terrenales (aristocracia ibérica) que, adiferencia de aquella, empiezan a encumbrar a un nivel casi divino a los leones que habían expresado antes el carácter, la riqueza y la afición a la caza de las monarquías orientalizantes. Sería el ascenso de otro horizonte espiritual y político más moderno (el iberoturdetano), materializado como un enfrentamiento contra la antigua sociedad orientalizante, que culminaría con la inversión de los valores tradicionales. La representación iconográfica de este vaso pintado tendría un doble valor: por un lado, aún encaja en los referentes temáticos orientalizantes; pero, por otro, la importancia y tratamiento que se le da al tema venatorio con león estaría expresando también un mayor acercamiento a los intereses ibéricos.
Estaríamos, así, ante un producto cerámico excepcional que expresaría las materializaciones artesanas de una época de cambio, desde una sociedad muy condicionada por los pueblos colonizadores orientales, propia de la primera mitad del último mileno a.C., pero anunciando un tiempo nuevo, más inclinado a los valores autóctonos del mundo ibérico, ya en una época de la segunda mitad de ese mismo milenio.
Fuentes:
PACHÓN ROMERO, J. A. y ANÍBAL GONZÁLEZ, C. (1999), «La época orientalizante en la Roda (Sevilla). Un vaso cerámico del Museo Arqueológico de Osuna», RevArq, 219, Madrid, págs. 18-26.
PACHÓN ROMERO, J. A. y ANÍBAL GONZÁLEZ, C. (2000), «Un vaso chardón orientalizante
en el Museo Arqueológico de Osuna (Sevilla). Estudio y reconstrucción», Florentia Iliberritana, Granada, 11, págs. 265-292.
PACHÓN ROMERO, J. A. y CARRASCO RUS, J. (2004), Las cerámicas policromas orientalizantes y del Broce Final desde la perspectiva granadina. Biblioteca de Humanidades/Arte y Arqueología, 62. Universidad de Granada, Granada, pp. 103-125.
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