Giuseppe Cesari, il Cavalier d’Arpino (Arpino, 1568 / Roma, 1640)
Hacia 1610-1620
Óleo sobre lienzo, 230 x 145 cms
Obra vinculada a Giuseppe Cesari, el artista de más éxito del último manierismo italiano en los años postreros del siglo XVI, cuyo estilo, de rebuscada gracia formal, refinamiento y vistoso cromatismo, logró granjearle el favor de sucesivos pontífices, que le encargaron varios proyectos de envergadura.
En 1582 el pintor italiano se trasladó a Roma, donde formó parte del taller del pintor manierista Niccolò Circignani, y una década más tarde, con el nombramiento de Clemente VIII, conquistó la fama y se convirtió en el pintor más importante de la ciudad. Una de sus obras más destacadas realizada por entonces fue la decoración de la bóveda de la capilla Olgiati en Santa Prasede, ejecutada entre 1593 y 1594. En 1600 el Pontífice lo nombró Caballero de Cristo, de donde le vino el sobrenombre de Cavalier d’Arpino. Por aquellos años el ya afamado pintor fue supervisor de varias obras de importancia como la redecoración del transepto de San Juan de Letrán, a la que contribuyó con una de sus obras más sobresalientes, la Ascensión de Cristo, o el diseño de los mosaicos de la cúpula de San Pedro. Uno de sus últimos grandes encargos fue la decoración de la capilla Paolina en Santa María la Mayor, compuesta entre 1610 y 1612. Sin embargo, aunque continuó manteniendo un enorme prestigio hasta su muerte, acaecida en 1640, a partir por aquellos años su figura decayó al representar un arte más que superado por las nuevas corrientes estilísticas del Barroco vinculadas con la renovación de Caravaggio y los Carracci. El artista continuó apegado a sus fórmulas tardomanieristas y se encerró en un estilo severo, de expresión melancólica, fría e irreal.
A esta etapa de su trayectoria artística parece corresponder la exitosa serie de versiones que se le atribuyen con la representación del misterio de la Inmaculada Concepción. En ellas elaboró un prototipo donde las alegorías formaban parte del paisaje, solución que se generalizaría en la pintura barroca. Existen numerosas versiones casi idénticas, salvo detalles menores, repartidas por diversos puntos de la geografía española, con el denominador común de su procedencia andaluza, lo que podría sugerir la existencia de una premeditada actuación propagandística relacionada con la exaltación de la Inmaculada Concepción. La mayoría se sitúan en el ámbito de la diócesis de Sevilla: la que preside el retablo de la capilla de los Reinoso de Santa María la Mayor de Andujar, de la que se apunta un origen sevillano; la de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid), procedente de una iglesia de la Compañía de Jesús de la ciudad hispalense; la del Palacio Ducal de Medina Sidonia de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), que proviene del convento de mercedarios de la misma ciudad; la de la parroquia de Santo Domingo de Guzmán de Lepe (Huelva), adquirida en Sevilla por un vecino de la localidad onubense antes de 1934; y los dos de la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, y a cierta distancia el del Museo de Bellas Artes y la sacristía de la catedral de Sevilla, que se consideran versiones más libres (Carrasco Terriza, 2005: 138-139).
Existen testimonios que hablan de la presencia de otras obras y copias del artista que recalaron y circulaban por la rica y cosmopolita Sevilla del siglo XVII. De ellas hace referencia Fernando de las Torres Farfán en su Fiestas de Sevilla, publicada en 1666. Lo hizo al describir los fastos organizados el cinco de agosto de 1665, festividad de Santa María de las Nieves, con motivo del restablecimiento del culto en la iglesia de Santa María la Blanca tras su reconstrucción. Para la ocasión se adornaron el interior de la iglesia, la plaza frontera y los edificios adyacentes, incluida la Puerta de la Carne, con las “mas ricas preseas”, que habían sido cedidas por el tesoro de la catedral y las “principales casas de tan opulenta ciudad”. Los muros de la iglesia se cubrieron de ricos paños de damasco y terciopelo sobre los que se colgó una gran cantidad de pinturas. Junto a las “de nuestros sevillanos” Vargas, Roelas, Murillo, los dos Herreras, padre e hijo, Pacheco y Alonso Cano, que “lucieron con el honor de originales”, también formaban parte de aquel deslumbrante espectáculo obras de Tiziano, Rubens, Artemisa, Rembrandt, Rafael, Maese Pedro, Ribera, Castiglione, Borgiano, Cambiaso y “algunas pinturas del caballero Joseph Arpiras” [El Caballero de Arpino] (Torre Farfán, 1666: fols. 12v-13r.).
La obra de Osuna es una versión de calidad que debió salir del taller romano del artista. Sobre su procedencia se ha sugerido que pudo ser un regalo hecho al duque por Pablo V, cuyo pontificado se extendió entre 1605 y 1621 (Finaldi, 2011a: 167). Su ejecución cabría situarla por tanto hacía la segunda década del Seiscientos, antes de la caída en desgracia del duque de Osuna.
Fuente: MORENO DE SOTO, Pedro Jaime: Inmaculada Concepción “Tota Pulchra”, Italia en Osuna, Osuna, 2018, pp. 98-99.
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